martes, 14 de junio de 2011

Domus Crow - Capítulo 1


“Pensaba que eras más madura”, aún me resonaba la voz de mi madre en la cabeza… Cogí el móvil. Busqué el número de Amber.
Llamando ~ Amber :)
Descolgó, y se oyó una risa divertida. Suspiré.
- Madre mía en la que no hemos metido esta vez - dije.
- Venga, ¡Tori! No me dirás que no te has divertido.
- Creo que ha sido demasiado sacrificio para pasar un rato con Pharrell.
- ¿En serio piensas eso? - solté una risa nerviosa al recordar lo de anoche.
- Baaaale… puede que me halla divertido incluso - me mordí el labio.
- ¡Esa es mi Tori!, no me puedes decir que Pharrell no esta bueno.
- ¡Si no, no me hubiese liado con él!
Amber era mi mejor amiga, ella era súper guapa: morena, alta, flaca, pelo chocolate, ondulado y largo hasta la cintura. Ojos negros como la noche y curvas bien definidas. Era una diosa. Todos los chicos se morían por ella. Y luego estaba yo. Era unos cinco centímetros mas baja, blanca, pelirroja, liso, picado hacia todos lados. Y tenía los ojos verde bosque, oscuros y profundos… lo único que ella me envidiaba.
Aunque en realidad para nosotras no existía la envidia. Nos conocíamos desde los siete años. Mi madre y la de ella eran muy buenas amigas. Literalmente nos habíamos criado juntas.
Nos habíamos metido en un lío (nada extraño), por habernos escapado de mi casa para ir al campamento de los chicos. No nos lo habíamos pasado mal, incluso nos habíamos divertido, pero nos pillaron cuando estábamos jugando a dos minutos en el cielo.
Mi madre casi me mata. Ella es un poco mas bajita que yo, también es pelirroja pero su pelo es más ondulado. Tiene treinta y cuatro años, me tuvo con dieciocho… mi padre y ella se separaron cuando cumplí los quince… se llevan muy bien pero desde entonces mi madre tiene pánico a los hombres… más bien tiene pánico de enamorarse y que la vuelvan a dejar.

- Bueno, ¿y que te dijo tu madre?
- Que se lo tenía que haber dicho… pero le dije que entonces no podríamos ir porque la tuya no te dejaba.
- Que suerte… yo estoy castigada hasta nuevo aviso.
- No te quejes, al final siempre te dejan salir.
- Por eso me río, deberías haberle visto la cara a mis padres.
- Pobres, no ganan para disgustos.
Sé que Amber es mi mejor amiga pero… ella era una persona de las cual yo catalogaba como “nacida para ser adolescente”, simplemente… se le daba tan bien… no me la imaginaba con cuarenta años, una casa, un marido, un hijo, una hipoteca… y esas cosas de adultos en las que no me gustaba pensar. Yo podía ser rarita, pero al fin y al cabo era la mejor amiga de la más popular del insti… también catalogada como chica rémora según yo.
Aún con todo, estaba segura que mas de una persona estaría de acuerdo con mis comparaciones.

- Si, si bueno… ¿y…?
- ¿Y…?¿Qué?
- ¡Venga! no te hagas la tonta ¿que tal con Pharrell?
- ¡Amber!
- ¿Qué?… tengo curiosidad…
- Hablamos luego.
- Baaale… ¡chao! - Colgué el teléfono.

Pharrell… él era mas alto que yo… una cabeza o así, de piel morena; tenía el pelo muy corto, negro; la cara finita y los ojos verdes… además estaba muy bueno. En realidad no le quería, bueno sí, pero como amigo, me lo pasaba bien con él. Después estaba JD, su mejor amigo, era muy popular (como Pharrell) , también alto, pelo negro y de punta, la cara afilada y los ojos chocolate… como decía Amber “es un bombón”, la verdad es que eran tal para cual.
Todd era alto, fuerte, rubio y con los ojos azules, aunque el más callado y el último de los chicos era Chace, era alto también, pelo castaño, ojos chocolate y moreno de piel. Todas las chicas del insti se morían por los chicos de nuestro grupo.
Las chicas éramos cuatro: Amber, la más popular; yo, su mejor amiga; Chauncey, era la más callada, sacaba sobresaliente tanto en clase como en deporte, era alta, pelo liso y castaño, y además llevaba gafas; y después estaba Willow… era un poquito envidiosa, pero tenía sus momentos, Era más o menos como Amber, pero de pelo rubio y rizado y con los ojos color miel.

Derepente salí de mi ensimismamiento.

Me desperecé y salí de la cama. Fui al baño a cambiarme. Me puse ropa de deporte, cogí mi iPod y bajé las escaleras.
- ¡Mamá, voy a correr! - grité mientras cerraba la puerta.
- ¡ No tardes!



Me adentré en el bosque, buscando la ya conocida tranquilidad que siempre me proporcionaba aunque seguía con los nervios crispados por la intensa pelea que había tenido con mis padres hacía unos instantes.
Sin quererlo, absorta totalmente en la fresca magi calidad que bañaba el bosque y en los dorados y verdes matices que éste adquiría al lamerlo la luz solar me adentré poco a poco a lugares a los que nunca antes había llegado.
Sintiéndome un poco perdida y confusa, me encontré con una especie de castillo, de estilo gótico, con grandes muros de piedras y enredaderas que creaban complejas y meticulosas filigranas con sus ramas dándole un aspecto aún mas abandonado y tétrico, consumido por la naturaleza indómita que allí predominaba.
Sin pensármelo dos veces, e impulsada por la extraña atracción que nacía en mi interior por esa misteriosa construcción, abrí la verja que me separaba del interior de los terrenos pertenecientes al castillo y entré.
Desde la entrada al jardín delantero, podía apreciar como se alzaba el enorme edificio, con sus dos puntiagudas torres laterales amenazando con rasgar el mismo cielo, y un portón de madera, propio de cuentos medievales con dos pequeños peldaños ante la gigantesca y pesada puerta.
Admirándolo con total parsimonia, me imaginé, por un momento, a la bella princesa esperando de un momento a otro a que su maravilloso y apuesto príncipe azul apareciese montado en su blanco corcel.
Sacudí la cabeza hacia los lados varias veces, intentando salir de mi ensimismamiento cuando me di cuenta de donde me hallaba.
El jardín no era menos espectacular que los muros exteriores; setos verdes llenos de flores de todo tipo enmarcaban los paredones que delimitaban el terreno perteneciente a aquel increíble lugar.
Había pequeñas arboledas en las cuatro esquinas del terreno, cuyas raíces se extendían hasta casi el centro de este, donde se alzaba imponente el castillo, sorteando y envolviendo las grandes y pequeñas rocas cubiertas de musgo, al igual que los árboles, dándole un aire siniestro y salvaje.
Una preciosa fuente en el lado derecho, con forma de copa, medio oculta por las enredaderas me sorprendió, ya que, misteriosamente, emanaba agua.
El camino que dividía el jardín estaba formado por grandes losas de piedra llana encajadas en el terreno, y sin mas demora, me dirigí hacia la monstruosa y escalofriante puerta principal.
Ésta se abrió sin mucha dificultad, emitiendo un decrépito y agudo chirrido a la vez que crujía la pesada madera que la componía.
Una vez dentro, me di cuenta de que no había apenas visibilidad, las enredaderas habían crecido hasta casi obstruir por completo la entrada de luz impidiéndome ver gran cosa aparte de una enorme sala y dos escaleras que se abrían lateralmente; imponentes, exuberantes.
Cuando me dispuse a avanzar, escuché un sordo sonido a mis espaldas, parecido al aleteo de algún pájaro que me hizo girar sobre mí misma automáticamente. Lo único que logré divisar fue una figura negra, volando hacia el interior de la casa y al tratar de volverme para observar con mayor detenimiento al culpable de mi casi-taquicardia, dondequiera que se hubiese posado, me topé de bruces con un chico que me dejó sin respiración a causa de la extrema belleza que encontré en él.
Era alto, joven aunque no sabría definir la edad, y poseía tal belleza inexplicable, misteriosa y atrayente que por un momento sentí mis rodillas a punto de fallar.
Sopesé incluso la idea de haberme quedado dormida en algún lugar del bosque y estar soñando; pero yo no era tan imaginativa.
Volví de mis pensamientos repasando otra vez su perfecto rostro que se encontraba a menos de un palmo de mi, tenía rasgos pronunciados, afilados y a la vez anchos y ovalados; el pelo negro, liso como la seda, le caía a mechones rebeldes por la frente y la nuca; y unos ojos con perfectas formas de almendra tan azules como el mar mas profundo, enmarcados con un aro ¿plateado? Me miraban con lo que habría jurado ser una chispa de frío desprecio, receloso, como si yo fuese una insignificante ardilla intrusa que se había colado por casualidad en su impresionante mansión.
En un momento de lucidez, me di cuenta de mi situación y di súbitamente un paso hacia atrás creando una mínima distancia.
Me sonrió con una pícara sonrisa torcida, tan deslumbrante que a su lado el astro rey se me antojaba una diminuta luciérnaga.
Ladeó la cabeza y entrecerró la cabeza inspeccionándome de arriba abajo haciéndome sentir totalmente vulnerable. Sentí como la sangre subía a mis orejas y mejillas, obcecándose en avergonzarme, dejando al descubierto las fuertes sensaciones que se estaban arremolinando en mi interior.
- Hola - dijo. Su voz era melodiosa y sugerente sin querer serlo, como el más dulce y lujurioso canto de ángeles.
- Yo… - balbuceé - perdón no sabia que… viviese nadie aquí - rió sarcásticamente.
- Se podría decir que sí, me llamo Nathan - se presentó, tendiéndome la mano.
- Yo soy Ever - le respondí posando mi mano sobre la suya intentando no estremecerme cuando me la besó.